El mejunge de “Don’t Worry Darling” (Wilde, 2022)

María Juesas
4 min readOct 20, 2022
Florence Pugh en un fotograma de la película / MUBI

Aunque ha pasado casi un mes desde su estreno, ayer vi por fin la película de la que tanto se habla en Twitter. Por su trama, pero sobre todo por sus cotilleos detrás de cámaras. Créanme que me senté en la butaca del cine con las peores expectativas, conociendo los rumores y hechos reales, además de las muchas críticas negativas. Sin embargo, me gustó más de lo que esperaba.

Don’t Worry Darling” (Wilde, 2022) es el segundo trabajo dirigido por Olivia Wilde. Después de la hilarante “Booksmart” (Wilde, 2019), la actriz se atreve a orquestar un thriller psicológico protagonizado por Florence Pugh, Harry Styles, ella misma y Chris Pine.

Todo comienza en un vecindario idílico, con aires del sueño americano de los años 50. Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) viven felizmente casados, con él yendo todos los días a trabajar mientras ella se queda en casa haciendo las tareas del hogar. Este patrón, que se multiplica en todo el barrio, sirve para dar estructura a una posible crítica social a modo de repetición. Mientras nadie pregunte ni sepa a qué se dedican los hombres en el trabajo, todo irá bien. Pero poco a poco, todo se va volviendo confuso para el espectador, desde las visiones de Alice con imágenes subliminales hasta un salto temporal hecho a la brava. La trama deja bastantes puntos muertos sin terminar de concluir, dejando a los espectadores a medias entre la confusión narrativa y el placer estético.

En general, la película tiene cosas muy buenas, pero me pregunto por qué Olivia Wilde no ha sabido aprovechar los (muchos) recursos que tenía a su alcance, como sí lo hizo en su debut, “Booksmart”. Más allá de la confusión general, hay varios puntos a desgranar. A favor y en contra.

A favor

Mi motivación principal para ir al cine era ver a Florence Pugh. Desde que la descubrí en “Midsommar” (Aster, 2019) me tiene hipnotizada. Y en esta película está deslumbrante, a pesar del trabajo de dirección. Generalmente, cuando actores de diferente trayectoria y estilo comparten espacio, hay un riesgo de eclipse. Y aquí da la sensación de que Wilde temía que pasara precisamente esto, jugando temerariamente con el encuadre llegando a abusar de primeros planos. Así, lo único que se logra es que sus compañeros de reparto (sobre todo Harry Styles, con quien comparte más tiempo en pantalla) se encuentren un paso por detrás.

¿Qué más podemos sacar de la película? El sonido es excepcional. Ya no solo por la selección de canciones, sino por el tratamiento y calidad del mismo. Lo vemos muy bien en las escenas que se adentran en la mente de Alice, o en los desayunos, con el bacon churruscado entre ASMR de huevos fritos, cafés y tostadas. Todos estos efectos (probablemente hechos en postproducción) hacen que la película resulte muy placentera al oído, junto a las melodías escogidas. Bajo una estética al puro estilo de “Mad Men”, cada vinilo que gira en el tocadiscos nos transporta a un mundo de optimismo y desencanto. A falta de banda sonora original escuchamos los temas que pintan de arcoíris una sociedad alienada y engañada. Incluso “Welcome to my world” de Jim Reeves, incluido también en la cuarta temporada de la serie. Ambas producciones (salvando las distancias) comparten aspectos que describen un sueño americano hecho pesadilla. Empezando por la música y siguiendo por la estética.

Otro punto a favor es la fotografía, que junto a la gama cromática resalta y favorece la trama, igual que el vestuario y el maquillaje. También hay elementos concretos que funcionan muy bien, aunque el camino que los une para dar un sentido único y conexo está en obras. Personalmente, me quedo con secuencias que incluyen comida, buenas partes de diálogo y originales puestas en escena para representar un estado mental.

En contra

Falta un mayor desarrollo de personajes. Si ya contamos con poca información de los principales, los secundarios son prácticamente decorativos. Bien podría haber sido esta una oportunidad para dar algo de brillo a los demás actores, pero aquí todo está cogido con pinzas. Y por si eso no fuera poco, Wilde nos zarandea con un salto temporal que no llega a resolverse del todo por falta de explicación general.

Por otro lado, a medida que iba pasando el tiempo, en mi mente se iban sucediendo imágenes de producciones con una trama similar. Pienso en “El show de Truman” (Weir, 1998), “Mad Men”, “Origen” (Nolan, 2003), “Matrix” (Hermanas Wachowski, 1999), o incluso “Código Lyoko”. ¿Significa esto una falta de originalidad? No necesariamente, pero quizás debería de compensarse con otro elemento de fuerza.

Salí del cine sin saber qué pensar de la película, con una sensación similar a la que provoca David Lynch con su cine. La diferencia aquí es que nada está bien contado ni sostenido: los elementos de confusión en el espectador y las inconsistencias o preguntas sobre la trama que funcionan con Lynch, aquí se desmoronan por completo. Todo lo que carece de explicación no fascina, sino que marea. Y aunque Olivia Wilde intenta dar un razonamiento a lo que está pasando, hace de las innumerables preguntas el elemento más destacado de su película.

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María Juesas

Escribo en @codigo_publico y @revistamilana Periodismo y Comunicación Audiovisual uc3m. Amante del cine y de la música. Twitter: @juesas_maria